Experiencias sobrenaturales de la Geo. Parte II: El fantasma que llamó a la puerta
Mi primer encuentro real con lo sobrenatural fue a mis diez años de edad. Tenía una compañera en la primaria, “Estela”, que vivía en una casa muy vieja, cerca de San Lázaro y Congreso de la Unión. Ella decía que el fantasma de su bisabuela se aparecía, y otra compañerita y yo fuimos un día a la casa de “Estela” en busca de experiencias fantasmales. Debo aclarar que la segunda niña, a quien llamaremos “Ana”, no creía en fantasmas.
Ana y yo habíamos estado ya dos veces en la casa de Estela y no se nos había aparecido nada. Pero no fue así la tercera vez. Ese día habíamos estado jugando a aventarnos globos con agua en el patio de la vieja casa. Ahora que ya sé un poco más de arquitectura e historia de la ciudad de México, puedo datar la casa hacia finales del siglo XIX: las habitaciones salían a un corredor, tipo porche, y el amplio patio debió ser alguna vez caballeriza. Era una casa muy grande, sin duda debió ser una casa de descanso de gente rica, puesto que en aquellas épocas San Lázaro era un embarcadero del que partían paseantes rumbo a Texcoco, los volcanes, Puebla, Veracruz, cuando existía el lago. Pero en el momento en que conocí esa casa, a mediados de los años noventa, estaba vieja, descuidada, húmeda y fea. Es decir, era el escenario perfecto para una película de terror.

Volvamos a la historia: nuestras ropas estaban todas mojadas y “Estela” decidió prestarnos ropa suya para cambiarnos. En la casa no estábamos más que nosotras tres y la abuela de “Estela”, quien estaba en su cuarto viendo la televisión. Ya he dicho que todas las habitaciones de la casa salían a un corredor largo, que a su vez daba al patio. Pues bien, el baño era la última habitación al fondo del corredor. Nos metimos las tres al baño para cambiarnos, y no sé por qué razón “Estela” dijo que no quería que su abuela viera que nos habíamos mojado la ropa. Honestamente me pareció irrelevante, pero bueno, es un detalle importante. Estábamos cambiándonos cuando de repente, tocaron a la puerta. Juro por lo que más quieran que todavía recuerdo esos tres toques en la puerta con toda claridad. “Estela” nos ordenó que nos escondiéramos porque estaba segura que se trataba de su abuela (acuérdense que no quería que nos viera mojadas), y salió a abrir la puerta. No había nadie.
La atmósfera cambió en ese momento porque todo ese tiempo se nos había olvidado lo del fantasma de la bisabuela de “Estela”. Salimos las tres del baño y descubrimos que había pisadas a lo largo del corredor, y que se habían detenido justo frente a la puerta del baño. Seguimos caminando y cuando llegamos a la habitación de la abuela, “Estela” le preguntó si había ido a tocar la puerta del baño. Como imaginarán, la anciana respondió que no.
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